Yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano

Felicitación de Navidad de 2014

¿Quién es capaz de pensar y contar los modos en que Dios a lo largo de la historia busca encontrarse y dialogar con el hombre? En la plenitud de los tiempos lo buscó y lo encontró haciéndose Él mismo hombre, con carne y libertad de hombre. Dios encontró al hombre en ese Niño de Belén, nacido de María.

Un Niño que llora y gime, que siente el hambre y la sed, que se nutre a los pechos de su Madre y busca los arrullos de José, que sonríe y se asombra a medida que, aun siendo Dios, aprende a conocer el mundo y al mismo Dios desde los sentidos de una carne de hombre. ¡El misterio de Dios aprendiendo a ser hombre y a vivir como hombre!

Aquel que crea y sostiene el mundo aprendió a hablar como hombre, a conocer y sentir y amar como hombre. Aquel que da sentido a todas las cosas aprendió también a conocer el sentido de las cosas como hombre. Hasta tal punto Dios quiere la cercanía del hombre, que se ha hecho hombre.

El Verbo se aniñó con el hombre niño. Se aniñó, se hizo Niño con el hombre que es también niño. En los gestos, en los primeros balbuceos, en la lengua de trapo, en el llanto, en la risa, en los arrumacos y ternuras de aquel Niño,… Dios hablaba al hombre y gozaba con los hijos de los hombres. Dios se nos tradujo en ese Niño; la infinita riqueza del ser de Dios se manifestaba en cada una de sus actitudes, en cada uno de los sollozos, en cada una de sus sonrisas, en cada una de sus palabras, en… todo.

No hay una revelación superior de Dios, una manifestación más grande de Dios que la de la humanidad de Cristo: es la gran teofanía de Dios, la gran revelación de Dios.

Sí, Dios en ese Niño ha buscado y encontrado al hombre.

¡Gran misterio! Y, sin embargo, incompleto si no hubiera ocurrido también que el hombre en ese Niño pudiera por fin encontrar al Dios que salió a buscar. Sí, en efecto, en la historia de obediencia de ese Niño, nosotros también aprendemos a conocer y encontrar a Dios, porque en ese Niño tuvo lugar una historia de gracia, plenitud y salvación.

Ese Niño, con su historia de obediencia y docilidad al Espíritu, manifestará que Él es el camino para nuestra andadura, que es la verdad que buscamos, que es la vida que anhelamos. En Belén se inició un camino, al final del cual Dios habría de poner toda su gloria y su plenitud en la humanidad de aquel Niño. La gloria de Dios revestirá la humanidad del Niño de Belén al final de una historia de docilidad, obediencia y donación. El Niño, gran revelación de Dios, será también la gran revelación del hombre.