Te diré mi amor, Rey mío

Felicitación de Navidad de 2013

     Navidad, tiempo que nos invita a vivir con especial intensidad el misterio de Dios hecho hombre, misterio que deseamos acoger y revivir, misterio en el que deseamos adentrarnos cada día más bajo la mirada y protección de quienes primeramente velaron y cuidaron de la carne de Dios: María y José.

     María y José se inclinan sobre Dios hecho carne, como si con todo su ser lo quisieran acoger y arropar, hacerlo suyo. María y José orientan su ser para venerar el descenso de Dios hasta la fragilidad y debilidad de todo hombre. Quieren acompañar a la carne de Dios que se ha unido a los afanes, las ilusiones, las preocupaciones, la alegría y el dolor de todos los hombres.

     María y José no se yerguen, sino que se abajan siguiendo con todo su ser el movimiento del Hijo de Dios hecho hijo del hombre. La presencia del don, del mayor de los dones, les hace inclinarse sobre el mismo, no erguirse altaneramente. De la carne de Dios aprenden a servir no desde la altura sino desde la fragilidad y la pequeñez. Éstas no son excusas para no servir; no son impedimento para ponerse al servicio de los anhelos, las tristezas, las carencias y los gozos de la humanidad, especialmente de los hombres que el Señor ha puesto en y junto a nuestras vidas. Por el contrario, en el llanto y en la ternura del Niño de Belén se ha manifestado la inmensa ternura y la sorprendente pasión de Dios por el hombre. Sí. Dios ama al hombre apasionadamente.

     María y José se inclinan sobre el llanto del Niño Dios para enjugar ellos también, con su vida, las lágrimas de los hombres; se inclinan sobre la ternura del Niño Dios para hacerse también ellos ternura en las asperezas de los hombres; se inclinan sobre el frío del Niño Dios para aliviar ellos también el hielo que paraliza a los hombres; se inclinan sobre la sonrisa del Niño Dios para manifestarla con la propia vida a cuantos se sienten cansados y agobiados por las dificultades y las tristezas que siempre acechan en el camino; se inclinan sobre el hambre del Niño Dios para aliviar las carencias y penurias indignas de los hombres; se inclinan sobre las inquietudes del Niño Dios para ofrecer el secreto de la plenitud tan anhelada por todos; se inclinan sobre la sed del Niño Dios para convertirse ellos también en fuente de agua viva que rejuvenece continuamente a los hombres y a la Iglesia.

     El Todopoderoso gime en un niño que es alimentado, acunado, cuidado y acariciado por manos humanas que han de hacer lo mismo con todo hombre, porque “con su Encarnación el Hijo de Dios se unió en cierto modo con todo hombre” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes 22). Estamos llamados a hacer nuestra la pasión de amor que Dios manifestó al hacerse carne de hombre. El amor del misterio de Belén nos llama e impulsa a ser pasión de amor por el hombre, apasionadamente amado por Dios. Amar apasionadamente a Dios implica amar apasionadamente al hombre, porque Dios se ha hecho uno de nosotros.

     Feliz y, por tanto, santa Navidad.

Te diré mi amor, Rey mío...

Te diré mi amor, Rey mío, en la quietud de la tarde,
cuando se cierran los ojos y los corazones se abren.

Te diré mi amor, Rey mío, con una mirada suave,
te lo diré contemplando tu cuerpo que en pajas yace.

Te diré mi amor, Rey mío, adorándote en la carne,
te lo diré con mis besos, quizás con gotas de sangre.

Te diré mi amor, Rey mío, con los hombres y los ángeles,
con el aliento del cielo que espiran los animales.

Te diré mi amor, Rey mío, con el amor de tu Madre,
con los labios de tu Esposa y con la fe de tus mártires.

Te diré mi amor, Rey mío, ¡oh Dios del amor más grande!
¡Bendito en la Trinidad, que has venido a nuestro Valle!