Homilía en la Misa de acción de gracias por la aprobación del Instituto Iesu communio

Homilía de Monseñor D. Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos, con motivo de la Misa de acción de gracias por el nuevo Instituto religioso “Iesu communio”, celebrada en la Catedral de Burgos.

En estos momentos nos embargan tres grandes sentimientos: uno, de acción de gracias; otro, de alegría; y el tercero, de petición humilde y confiada.

En primer lugar, un sentimiento de profunda acción de gracias a la Trinidad Beatísima: Padre, Hijo y Espíritu Santo, por el cuidado amoroso y la guía providente que realizan sobre su Iglesia, dándole en cada momento lo que necesita para ser sacramento universal de salvación.Así como en otros momentos de la historia de la Iglesia y del mundo suscitó los carismas religiosos, ahora sigue suscitando otros carismas –bien religiosos bien laicales- para salir al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y ofrecerles lo que ellos buscan, incluso sin saberlo: el amor de Jesucristo y su sangre redentora.

Uno de esos nuevos carismas es el del instituto religioso Iesu Communio. Así lo acaba de reconocer la Santa Sede, mediante un documento de diciembre pasado, expedido por la Congregación para la Vida Consagrada, tras la aprobación del Papa en audiencia al Cardenal Franc Rodé. ¿Cómo no dar gracias a Dios por ello, cómo no agradecérselo a la Iglesia y cómo no agradecer a la madre Verónica y a la madre Blanca la acogida del don que Dios les ofrecía?

El segundo sentimiento es el de alegría. La aprobación del carisma Iesu Communio es la última etapa de un largo camino que comenzó hace casi treinta años. Durante este tiempo, las luces estuvieron mezcladas con las inquietudes, la plena confianza en Dios con la lógica vacilación humana, la certeza de estar respondiendo a un querer divino con el claroscuro del recorrido de un camino nuevo.

No es fácil imaginar lo que durante este largo tiempo de gestación se produjo en el corazón de las madres Verónica y Blanca. Tampoco lo que sucedió en el alma de las hermanas, las cuales tenían razones más que suficientes para confiar plenamente en ellas, a la vez que ponían toda su confianza en Dios. Ahora han desaparecido todos los temores e inquietudes y es lógico que el gozo inunde a quienes componen esta nueva familia Iesu Communio. Una vez más se ha cumplido que el Señor no abandona a quienes ponen en Él toda su confianza.

La alegría también embarga a los padres de estas religiosas. Si el temor a lo desconocido puede producir un sentimiento de prevención y reserva por parte de los padres; y más todavía si no está aprobado por la Iglesia, no es improbable que alguno pensara que su hija estaba cometiendo una locura. Ahora, con la aprobación de la Iglesia, tienen la certeza de que la locura que cometían sus hijas era la única que vale la pena cometer: la de enamorarse de Jesucristo y entregarle su amor a Él solo y para siempre. Queridos padres, ¡alegraos y gozaos, y dejad que la palabra aprobatoria de la Iglesia se convierta en una fuente gozosa de paz y seguridad!

Yo mismo tengo también ahora una gran alegría. Dios ha querido que Iesu Communio haya nacido en esta porción de Iglesia que ahora me toca pastorear: la diócesis de Burgos. También ha querido que siguiera de cerca la última fase de la gestación y alumbramiento del nuevo Instituto y que continúe cuidándolo con vigilancia paterna. Mientras doy gracias a Dios por ello, quiero manifestar mi alegría en su presencia.

El tercer sentimiento es el de súplica confiada y humilde. Iesu Comunio es como un jardín en el que están floreciendo abundantes, variadas y hermosas flores. Las abundantes vocaciones que están llegando, nos llenan a todos de inmensa alegría, por los frutos de santidad que supondrán para estas hermanas y, como consecuencia, para la Iglesia. También es motivo de gran alegría los frutos de conversiones y mejora de vida que se están produciendo en tantas personas que entran en contacto con las hermanas de Iesu Communio.

Pero a nadie se le oculta que estas flores, por vistosas y abundantes que sean, son también flores tiernas que necesitan mucho cuidado y mucho mimo de Dios. Yo estoy seguro de que, como ha ocurrido siempre a las cosas de Dios, estas flores no se librarán de los rigores de la contradicción y de las dificultades. Por eso, en este momento de tanta alegría y de consuelo, pienso que todos nosotros hemos de encomendar al Señor el camino que Él mismo ha suscitado, y pedirle que ayude con especial cuidado a la Madre Verónica y a todas sus hijas.

Permitidme ahora que me dirija más directamente a vosotras, que formáis la nueva familia religiosa Iesu Communio:

Del costado llagado de Cristo, abierto por la lanza del soldado en la Cruz manó sangre y agua, más aún, el mismo Espíritu Santo que el Padre da a su Iglesia para hacerla digna Esposa de Cristo. Es Él quien da virtud al agua del Bautismo y fortaleza de alimento a su muerte redentora para limpiar, purificar y fecundar a la Iglesia y hacerla humilde Madre de los creyentes.

Y junto a este Misterio de las bodas del Cordero en el Calvario, María y Juan, testigos directos de aquellos sentimientos de fecundidad de Cristo. Ellos fueron quienes mejor penetraron y entendieron el sentido real de aquel anhelo del Corazón de Cristo. Cuando apenas le quedaba aliento para respirar, de los labios ardientes de Jesús salieron estas palabras: “Tengo sed”. El Centurión, como le había sucedido a la Samaritana, pensó que se trataba de una necesidad física. Ciertamente, Jesús se consumía por la sed. Pero María y Juan entendieron que aquel “tengo sed” tenía un sentido mucho más hondo.

Quien ha escuchado el tengo sed de Cristo en la Cruz; quienes habéis escuchado el tengo sed en lo profundo de vuestro corazón os habéis dejado contagiar de la solicitud de Cristo por los hombres y no podéis sino responder como enamoradas del Amor, enamoradas de Cristo en la unidad de su Cuerpo. Vosotras pertenecéis a este grupo. Es posible que en algún momento anterior de vuestra vida hayáis desoído los silbidos del Buen Pastor y hayáis deambulado por veredas y pastizales que no eran los prados de su majada. Pero Él salió a vuestro encuentro, os hizo entender el sentido de su “sed” y os propuso que le entregaseis todo el amor de vuestro corazón y vuestra vida entera.

Vosotras habéis experimentado el amor de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre y habéis sentido que vuestra personal respuesta no puede ser otra que la donación total e incondicionada a Quien os amó y se entregó por vosotras. De esta fidelidad brotarán conversiones, vocaciones y gracias incontables de santidad para la Iglesia; porque la unión en el amor, propia de toda comunión nupcial, siempre es fecunda y crea nuevos hijos. “Tus hijos vienen de lejos; a tus hijas las traen en brazos…” cantabais en el Salmo responsorial.

En este día tan señalado os deseo que seáis siempre esposas enamoradas de Jesús y que no deje de resonar en los oídos de vuestra alma el “tengo sed” del Esposo. Así vuestras comunidades serán lo que Dios espera que sean: hogar encendido, casa iluminada y acogedora donde los hijos de Dios encuentren la atracción de volver a la Casa del Padre y así ninguno se pierda.

En el convento de la Aguilera tenéis una imagen de la Santísima Virgen que va vestida de pastora. Hoy, sábado, día especialmente dedicado a la Santísima Virgen, pido a esa Bella Pastora que guarde bajo su manto a estas hijas suyas y las defienda de todos los lobos que puedan acercarse a su rebaño. Le pido ¡cómo no!, que os fortalezca, os haga crecer y os extienda por todo el mundo.