El discípulo Tomás exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!

Artículo de la Madre Verónica publicado en la revista “Vida religiosa”

Hoy una multitud exclama: si no veo, no creeré. (Jn 20, 25)

Hoy, muchos languidecen por la falta de Cristo. Casi sin saberlo, buscan el Cuerpo de Cristo, porque Él es la plenitud, el único que puede colmar la sed de amor del corazón humano. Muchos están esperando ver al Dios Vivo y Resucitado para creer, para poder vivir.

Quizá la mayor miseria de este mundo sea la de no poder reconocer la ausencia de Dios como ausencia… ¡Hacen falta contemplativos “porque cuanto más profundamente esté sumergida una época en la noche del pecado y en la lejanía de Dios, tanto más necesita de quienes estén íntimamente unidos a Él”! (Edith Stein) Los contemplativos nos hacen presente a Cristo Resucitado y nos descubren que el Señor está cotidianamente en nuestra vida.

Hacen falta contemplativos que se dejen configurar al Cuerpo glorioso de Cristo, para que, en medio de la neblina de este mundo, irradien la fascinación, la belleza, la alegría de Cristo Resucitado “para que el mundo crea” (Cfr. Jn 17,21).

Hoy, la vida contemplativa sigue extendiendo la llama del Resucitado… Así, los que aún tienen el corazón retenido por la incredulidad, por la vacilación, pueden ver a Cristo en su Iglesia que les invita a nacer de nuevo y a disfrutar de todo aquello que Dios pensó para su criatura amada.

Nuestro más ardiente deseo, por el don que hemos recibido, es afirmar que responder al amor de Dios apasionadamente, con todo el corazón, con todas las fuerzas, con toda el alma, con toda la mente es el fin más noble de la vida de la criatura y su propia felicidad y bienaventuranza.

Creemos firmemente que derramando con libertad nuestra existencia a los pies de Cristo, somos tomadas por Él y así extendemos el aroma de la carne de Cristo, su Espíritu de Vida, a toda la Iglesia, a cada hijo de Dios, a la humanidad entera, a los que están lejos y a los que están cerca…

Creo que muchos de vuestros amigos, de vuestros coetáneos, tienen una mentalidad empírica, científica; pero si por lo menos una vez pudieran tocar a Jesús, verlo de cerca – ver su Rostro, tocar el Rostro de Cristo -, si al menos una vez pudieran tocar a Jesús, si lo vieran en nosotros, exclamarían: “¡Mi Señor y mi Dios!”

Juan Pablo II a los jóvenes · 24 de marzo de 1994

Hay quien dice que…

nosotras podríamos ayudar mucho más a centenares y hasta millares de hombres si quisiéramos trabajar en las zonas necesitadas. Pero nosotras pensamos que no podemos hacer nada más fecundo que vivir en obediencia a lo que la Iglesia nos ha confiado: ser profundamente contemplativas por amor a Cristo y a toda la humanidad.

Estamos aquí porque creemos en Cristo Vivo y Resucitado; porque creemos en el poder de su Espíritu que ha regalado a su Iglesia. Sí, también hoy, el Espíritu cura enfermos, resucita muertos, purifica leprosos, expulsa demonios… signos que acompañan a los que creen (Mt 10,8).

Suplicamos ser comunidades vivas que expresan el Amor de Cristo.

La Iglesia sigue ofreciendo ‘nuevas primaveras’: templos vivos, manantiales de agua viva y posadas del Buen Samaritano.

Templos vivos, lugares con entrañas de Eucaristía en alabanza continua y acción de gracias al Creador. Lugares que invitan a la oración, a respirar y a encarnar en el silencio la Palabra de Dios celebrada; lugares que renuevan al hombre en el cuerpo y en el espíritu por la Presencia liberadora de Cristo en sus Sacramentos.

Lugares que nos enseñan a caminar siempre sin quedarnos a llorar sobre las ruinas o a lamentar nuestro cansancio, porque nos recuerdan que la Victoria de Cristo ya es nuestra victoria. También hoy es posible recibir la alegría de Cristo Resucitado presente en sus creyentes.

Manantiales de agua viva que ofrecen el don de Dios, el agua viva y eterna prometida por Cristo, para que cada peregrino pueda apagar su sed más verdadera y abrir sus ojos a la Vida para retornar aliviado al lugar que Dios le ha designado y seguir sirviendo a Cristo y a su Iglesia.

Posadas del Buen Samaritano, posadas donde descansa el corazón mientras las manos sanadoras y recreadoras de Cristo alivian y vendan y curan las heridas más profundas del hombre… ¡Así abraza la Iglesia: Casa de Salud, de misericordia entrañable!

¿No es cometido de la Iglesia reflejar la Luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer su Rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Juan Pablo II a los jóvenes

¿Podrá la Iglesia del tercer milenio ver arder la tierra transformada en el Fuego que Jesucristo vino a traerle, repoblarse el desierto por multitudes de creyentes entusiastas, incandescentes las montañas por el ardor de incansables orantes, germinadas las ciudades por cristianos, inundadas las regiones de agua viva…?

¡Con esta esperanza inquebrantable nos entregamos los contemplativos! Son necesarios también en este tiempo enamorados de Dios, deseosos de vivir la misma ‘ locura divina’: la oblatividad gratuita del amor.